Es el contexto, idiota
La famosa frase “Es la economía, estúpido” surgió en la campaña electoral de Bill Clinton para recordarle a su equipo lo que realmente importaba a los votantes: la economía. Hoy, en el mundo de la salud mental, podríamos hacer un paralelismo y decir: “Es el contexto, idiota”. ¿Por qué? Porque mientras seguimos obsesionados con explicar el malestar psicológico en términos de dopamina, oxitocina, cortisol y serotonina, olvidamos lo más obvio: el ser humano es un organismo en un entorno. Y ese entorno tiene muchísimo más impacto en nuestra salud mental que cualquier fluctuación química en el cerebro.
12/05/2025
Más allá de los neurotransmisores: el elefante en la habitación

Nos han vendido la idea de que si alguien está deprimido, es porque su serotonina está baja. Si alguien procrastina, es porque tiene un problema con la dopamina. Si alguien tiene ansiedad social, es porque le falta oxitocina. Pero esta visión es simplista y reduccionista. Claro que los neurotransmisores importan, pero lo hacen dentro de un contexto más amplio. No son la causa del problema, sino parte de un sistema que responde a lo que vivimos.

Pensemos en esto: si una persona está en un ambiente laboral tóxico, con jefes abusivos y sin apoyo social, es normal que experimente estrés y ansiedad. Si una persona ha crecido en una familia donde el afecto solo se daba cuando obtenía logros, es lógico que desarrolle una autoexigencia desmedida. Si alguien vive en pobreza, con inseguridad y precariedad laboral, es comprensible que sufra síntomas depresivos. ¿La solución está en modificar su serotonina? ¿O en cambiar las condiciones que generan el malestar?

El mito del “desequilibrio químico”

Durante décadas, se ha popularizado la idea de que los trastornos mentales son producto de un “desequilibrio químico” en el cerebro. Esta narrativa ha sido cuestionada incluso dentro de la comunidad científica, ya que no hay evidencia concluyente de que la depresión, la ansiedad o el TDAH sean causados exclusivamente por déficits de neurotransmisores.

En cambio, lo que sí sabemos es que el contexto moldea el cerebro. La exposición crónica al estrés modifica los niveles de cortisol. La falta de vínculos de apoyo impacta en la producción de oxitocina. La desesperanza aprendida afecta la dopamina. En otras palabras: el ambiente influye en la biología, no al revés.

Contexto: el verdadero regulador del bienestar psicológico

Si queremos entender realmente el sufrimiento psicológico, debemos mirar más allá del cerebro y enfocarnos en factores como:

  • Condiciones laborales: Exceso de carga, precariedad, inseguridad.
  • Relaciones interpersonales: Vínculos de apoyo, dinámicas familiares disfuncionales.
  • Factores socioeconómicos: Pobreza, falta de acceso a salud y educación.
  • Expectativas culturales: Presión por el éxito, autoexigencia extrema.

Cuando atendemos a una persona en terapia, no basta con preguntarle qué piensa o qué siente. Es fundamental preguntarle qué le está pasando en su vida, en qué entorno está inmersa, qué condiciones están reforzando su malestar. Porque la mayoría de las veces, el problema no está dentro de su cabeza, sino fuera de ella.

Entonces, ¿qué hacemos?

Si queremos promover la salud mental de manera efectiva, debemos dejar de tratar los problemas psicológicos como si fueran fallos internos y empezar a abordarlos como lo que realmente son: respuestas naturales a un entorno que muchas veces es disfuncional o dañino. Eso implica:

  • Cambiar nuestra forma de hablar sobre salud mental, evitando reduccionismos biológicos.
  • Fomentar redes de apoyo y entornos que favorezcan el bienestar.
  • No responsabilizar únicamente al individuo de su malestar (ejemplo: no es solo “gestiona mejor tu estrés”, sino “qué cambios en tu entorno pueden reducir ese estrés”).
  • Incluir intervenciones basadas en la realidad del paciente, no solo en su bioquímica.El mensaje es claro: no se trata solo de corregir neurotransmisores, sino de transformar el contexto en el que vivimos. Así que la próxima vez que alguien te diga que la depresión es solo un problema de serotonina o que la ansiedad es culpa del cortisol, recuérdale: es el contexto, idiota.
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A diferencia del abuso físico o verbal, la negligencia emocional no implica necesariamente hacer algo explícitamente dañino; más bien implica la ausencia o carencia en ofrecer validación emocional, atención afectiva y guía emocional necesaria para el desarrollo saludable del niño.

  • Ejemplos claros de negligencia emocional:
    • Ignorar sistemáticamente las emociones del niño (p. ej., tristeza, miedo, ira).
    • No ofrecer consuelo ante situaciones difíciles o dolorosas.
    • Restar importancia constante a las emociones del niño (p.ej., “eso no es para tanto”).
    • No mostrar empatía, cariño o afecto en la interacción diaria.

Desde una perspectiva contextual (por ejemplo, Terapia de Aceptación y Compromiso, ACT), la negligencia emocional se entiende como una carencia de validación emocional, algo fundamental para que el niño aprenda a identificar, aceptar y gestionar sus emociones.

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Cuando pensamos en el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), solemos imaginar a un niño inquieto, distraído y con dificultades para seguir normas. Sin embargo, el TDAH no desaparece en la adultez, y muchas personas siguen experimentando dificultades que impactan su vida laboral, personal y emocional sin saber que tienen este trastorno.

Se estima que alrededor del 4-5% de los adultos tienen TDAH, pero una gran parte nunca ha sido diagnosticada. En la adultez, el trastorno no siempre se manifiesta con la hiperactividad evidente de la infancia, sino con problemas de organización, procrastinación, impulsividad, dificultades en la gestión del tiempo y desregulación emocional.

El TDAH en adultos no solo afecta la atención, sino que también puede estar relacionado con mayores tasas de ansiedad, depresión, conductas de riesgo e incluso una esperanza de vida menor. Por eso, comprenderlo y tratarlo adecuadamente es clave para mejorar la calidad de vida.

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