Duelo y aceptación: cómo avanzar sin dejar de sentir

Perder a alguien que amamos —una pareja, un familiar, una relación significativa— es una de las experiencias más duras que puede atravesar una persona. La sociedad suele enviar mensajes como “tienes que ser fuerte”, “el tiempo lo cura todo” o “debes pasar página”. Sin embargo, en la realidad del duelo, esas frases suenan vacías. Porque el dolor no desaparece simplemente con el tiempo; se transforma cuando le damos espacio y aprendemos a convivir con él.

03/11/2025
No necesito sentirme bien para avanzar: aceptar el malestar en el proceso de duelo

La trampa de querer dejar de sufrir

Muchos procesos de duelo se complican no por la pérdida en sí, sino por la lucha constante contra el dolor. Intentamos no pensar, no sentir, distraernos o aparentar normalidad. Pero cuanto más intentamos “no sentir”, más intensas se vuelven las emociones.
Este fenómeno —que en ACT se denomina evitación experiencial— nos desconecta de lo que realmente importa: la relación viva que aún mantenemos con lo perdido, y con nosotros mismos.

Sin embargo, el otro extremo de esa lucha también duele: cuando quedamos absorbidos por los recuerdos, la pena o la culpa, como si todo nuestro mundo interior girara en torno a ellos.
En ACT, a esto se le llama fusión cognitiva: el momento en que quedamos tan pegados a nuestros pensamientos (“no puedo seguir sin él”, “mi vida se terminó”) que los confundimos con la realidad. En esa fusión, la mente se convierte en un eco del pasado y perdemos contacto con el presente.

El yo como contexto, proceso y contenido en el duelo

Cuando atravesamos una pérdida profunda, también cambia la manera en que nos experimentamos a nosotros mismos. ACT distingue tres niveles del yo que nos ayudan a comprender esta transformación:

  1. El yo como contenido: son las historias, etiquetas y recuerdos que construyen nuestra identidad. “Soy su pareja”, “soy su hijo”, “ya no soy la misma persona”. Estas narrativas dan sentido a la vida, pero cuando ocurre una pérdida, muchas de ellas se tambalean. Si quedamos atrapados en este nivel, sufrimos porque nuestra historia se ha roto.

  2. El yo como proceso: es la parte de nosotros que observa los pensamientos, emociones y sensaciones a medida que cambian. Nos permite darnos cuenta de que lo que sentimos —por intenso que sea— también fluctúa. Aquí aparece la capacidad de observar sin juzgar, de reconocer: “estoy sintiendo tristeza”, en lugar de “soy una persona rota”.

  3. El yo como contexto: es el espacio más amplio desde el que todo lo vivido puede ser observado y sostenido. No es una historia, ni una emoción, ni un pensamiento, sino el lugar desde donde todo eso ocurre.
    En medio del dolor, cultivar este “yo observador” nos permite recordar que somos más grandes que lo que sentimos: podemos contener la tristeza, sin ser únicamente tristeza.
    Desde ese contexto, el duelo deja de ser una lucha para convertirse en un proceso de acompañamiento a uno mismo.

Aceptar el malestar para poder avanzar

Aceptar no significa rendirse. Significa dejar de pelear contra la realidad y abrirnos a sentir, con la intención de seguir caminando hacia lo que da sentido.
Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso, el duelo se entiende como un proceso de flexibilidad psicológica que incluye:

  • Abrirse al dolor, sin huir ni sobreidentificarse con él.

  • Observar los pensamientos sin dejarse arrastrar por ellos.

  • Elegir conscientemente lo importante, incluso en medio del sufrimiento.

  • Actuar con coherencia con los valores personales, aunque la emoción pese.

El cambio no ocurre cuando el dolor desaparece, sino cuando aprendemos a relacionarnos con él desde un lugar más amplio, más compasivo y más vivo.

El amor no se acaba, se transforma

El duelo también es amor. Cuando aceptamos la ausencia, abrimos espacio para mantener el vínculo desde otro lugar: el recuerdo, el agradecimiento, la continuidad de los valores compartidos.
No se trata de olvidar, sino de honrar lo vivido mientras seguimos caminando.
En palabras de ACT, vivir plenamente es abrirse a la experiencia, elegir con libertad y comprometerse con lo que da sentido, incluso cuando el corazón duele.

Conclusión

No necesitamos sentirnos bien para seguir adelante.
Podemos avanzar con el corazón roto, con lágrimas y con dudas.
El bienestar no llega cuando el dolor se va, sino cuando dejamos de luchar contra él, nos despegamos de los pensamientos que nos atrapan y descansamos en ese espacio interior desde el que todo puede ser sentido y sostenido.
Ahí, en ese yo que observa, el duelo encuentra su lugar, y la vida su dirección.

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