El sufrimiento psicológico: derivaciones
Este artículo te ofrece una explicación clara, útil y aplicable, tanto si trabajas en clínica como si estudias psicología o quieres profundizar en el comportamiento humano.
La ansiedad es, en esencia, una respuesta de supervivencia. Nuestros antepasados desarrollaron sistemas de alarma que les permitían detectar amenazas y reaccionar rápidamente. Sin embargo, a diferencia de otros animales, los humanos tenemos lenguaje: una capacidad que nos permite imaginar, anticipar y recordar… pero que también puede activar nuestra alarma interna aunque no exista un peligro real.
La mente humana crea reglas verbales:
“Si fallo, no valgo.”
“Si hablo en público, haré el ridículo.”
“Necesito estar seguro antes de actuar.”
Aunque estas reglas buscan protegernos, también pueden activar nuestro sistema de ansiedad incluso cuando la amenaza no es real. Así, basta con que pensemos en un posible fracaso para que el cuerpo reaccione como si estuviésemos en peligro.
El modelo contextual explica que no es la ansiedad en sí misma el problema, sino la relación que establecemos con ella.
Cuando sentimos ansiedad, es común que intentemos luchar contra ella:
Evitamos situaciones que podrían activarla.
Tratamos de suprimir pensamientos y sensaciones.
Buscamos constantemente certeza y control.
El problema es que estos intentos de control suelen funcionar a corto plazo, pero alimentan el problema a largo plazo. Cada vez que evitamos, reforzamos la idea de que no podemos manejar lo que sentimos.
El enfoque contextual-funcional que propone la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), desarrollado por Eifert y Forsyth en su libro “Acceptance and Commitment Therapy for Anxiety Disorders”, nos ofrece una forma distinta de comprenderla. En lugar de ver la ansiedad como un enemigo a eliminar, la entiende como un fenómeno natural que surge de cómo funciona nuestra mente y cómo nos relacionamos con ella.
En palabras de Eifert y Forsyth, cuanto más tratamos de deshacernos de la ansiedad, más atrapados quedamos en su red. Es lo que en ACT se conoce como la trampa del control: cuanto más esfuerzo ponemos en controlar nuestras emociones, más nos controlan ellas a nosotros.
La perspectiva de ACT invita a ver la ansiedad como un indicador indirecto de aquello que valoramos. Sentimos miedo porque hay algo importante en juego:
Si me pone nervioso hablar en público, es porque valoro que me escuchen.
Si temo fallar, es porque me importa hacerlo bien.
Si me inquieta perder algo, es porque significa mucho para mí.
La ansiedad, entonces, no es solo un obstáculo: es una señal de que nuestra vida tiene significado.
Inspirados en Eifert y Forsyth, podemos entender que la ansiedad no es un error a corregir, sino parte de lo que significa estar vivo y tener una mente capaz de anticipar, imaginar y crear.
La clave no está en luchar contra la ansiedad ni en buscar eliminarla, sino en cambiar nuestra relación con ella. En lugar de ver las sensaciones, pensamientos y emociones como enemigos, podemos empezar a tratarlos como mensajes pasajeros, sin dejar que dicten nuestras decisiones.
Como dicen los autores:
“La ansiedad no es el problema. El problema es la batalla que libramos contra ella y todo lo que dejamos de vivir mientras intentamos ganarla.”
La ansiedad forma parte de la experiencia humana. En lugar de intentar controlarla a toda costa, podemos aprender a relacionarnos con ella de manera diferente, observando cómo surge, cómo la alimentamos y qué significado tiene en nuestra vida.
Tal vez no podamos evitar que la ansiedad aparezca, pero podemos elegir cómo queremos vivir mientras está presente. En esa elección está la verdadera libertad.
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Este artículo te ofrece una explicación clara, útil y aplicable, tanto si trabajas en clínica como si estudias psicología o quieres profundizar en el comportamiento humano.
En consulta es muy habitual escuchar peticiones como: “Quiero dejar de pensar en esto” o “Necesito eliminar estos pensamientos negativos”. Es lógico: cuando una idea nos hace daño o nos preocupa, nuestra primera reacción es intentar expulsarla de la mente.
Todos hemos intentado alguna vez “calmar la mente”, “controlar los pensamientos” o “dejar de sentir ansiedad”. Y, sin embargo, cuanto más lo intentamos, más atrapados nos sentimos.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué, cuando más queremos que desaparezca la ansiedad, más fuerte parece hacerse?
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